lunes, 4 de marzo de 2013

6 Siempre peregrinos

De adolescente solía escuchar una canción que me resultaba bastante triste, y que decía algo así:

No dejo rastro ni huella,
Por no ser ni soy recuerdo,
Yo paso haciendo silencio
Sin ser esclavo del tiempo.

Por límite el horizonte,
Y por frontera la mar,
Por no tener ni tengo norte
Y no sé lo que es llegar,
El caso es andar.

No me pertenece el paisaje
Voy sin equipaje por la noche larga
Quiero ser peregrino
Por los caminos de España.

Me resulta muy incómoda la idea del peregrinar, del camino entre la ausencia, del no pertenecer a ninguna parte. Siempre me he aferrado a personas y ciudades más imaginarias que reales, en las que mi mente soñaba algún día descansar. Y, cada vez que creía haber llegado, que parecía que por fin sí, escrutaba con ansia cada recoveco de mi nueva realidad, temiendo a cada momento el instante de la decepción, el momento en que constataría, una vez más, que aún no había encontrado mi hogar, ese lugar seguro y cálido en el que recostar la cabeza.

Anoche nos leían este poema en un webinario:

Polvo, barro, sol y lluvia
es Camino de Santiago.
Millares de peregrinos
y más de un millar de años.
Peregrino, ¿quién te llama?
¿Qué fuerza oculta te atrae?
Ni el campo de las estrellas
ni las grandes catedrales.
No es la bravura navarra
ni el vino de los riojanos
ni los mariscos gallegos
ni los campos castellanos.
Peregrino, ¿quién te llama?
¿Qué fuerza oculta te atrae?
Ni las gentes del camino
ni las costumbres rurales.
No es la historia y la cultura
ni el gallo de La Calzada
ni el palacio de Gaudí
ni el castillo Ponferrada.
Todo lo veo al pasar
y es un gozo verlo todo
mas la voz que a mi me llama
la siento mucho más hondo.
La fuerza que a mi me empuja
la fuerza que a mi me atrae
no se explicarla ni yo.
¡Solo el de Arriba lo sabe!

En La insoportable levedad del ser, Milan Kundera cuenta la historia de Sabina, una chica que va pasando de pareja en pareja en una sucesión de búsquedas e insatisfacciones, para encontrar por fin la paz al pasear por un cementerio, y el verdadero hogar, en casa de una pareja de ancianos.

Solo el de Arriba lo sabe, porque es Él quien tira de nosotros, quien nos llama, quien nos falta. No hay descanso, no hay hogar, salvo en Él. Sin embargo, no todo está perdido, no todo. A veces hay un rescoldo, un precioso rescoldo de ese hogar soñado, al fondo de los ojos de la persona amada, en las arrugas que van floreciendo por las mejillas de los padres, en las manecitas torpes de los niños. Hay cierta luz de ese hogar en cada amanecer, en el paisaje que contemplo cada mañana, en la oración. Hay parte de su fuerza en la pérdida compartida y en el consuelo. El hogar del peregrino es el único que tenemos. Es duro y cambiante, pero hermosísimo. El hogar del peregrino es el cielo abierto, la tierra fresca y la casa de todo aquel que, en su camino, quiere abrirle sus puertas. Es su propio peregrinar obedeciendo a Aquel que le apremia; es un “hágase” gozoso y confiado.

En muchos caminos de peregrinaje, los caminantes van apilando piedras a la orilla del camino. Así, quien viene detrás sabe que va por el sendero correcto, que no está solo. También Jesús nos va dejando piedras apiladas por el camino. Son esos destellos de hogar que animan y reconfortan, que nos recuerdan que no estamos solos.




6 comentarios:

  1. Profundo y poético, verdad y belleza, búsqueda y llamada

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  2. ¡Muchas gracias, Pilar! Qué ilusión, vuestros comentarios :)

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  3. Muchas gracias por este escrito, invita a la reflexión: "No hay descanso, no hay hogar, salvo en Él". Un saludo.

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  4. Me encantó esta reflexión. Solo Dios conoce el camino que debemos andar. Dios te bendiga.

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