martes, 25 de diciembre de 2012

4 La Navidad es solo para niños

No sé si a ti te habrá pasado. Cuando iba al instituto yo era la empollona de la clase, la friki, la rarita, la que se iba en los recreos al parque para leer a Herman Hesse. La consecuencia lógica, claro está, era que no me comía un colín. Ni siquiera con los feos. Nada.

Intento imaginar qué hubiera pasado si, en aquellos años de mi adolescencia, hiper hormonada como cualquier otra adolescencia, el chico que me gustaba, el guaperas culto, popular y de buena familia, indiscutiblemente inalcanzable, un día se me hubiera acercado, por las buenas, y me hubiera dicho "Te amo. Sería capaz de todo por ti."

No hubiera sabido qué decir, cómo reaccionar. No sé si me hubiera echado a reír, si me hubiera dado un ataque de nervios, si me lo hubiera creído siquiera. Probablemente, casi seguro, no hubiera entendido absolutamente nada.

Lo mismo, pero en un grado superlativo, me pasa en Navidad. No entiendo, no puedo abarcar el amor inmenso de todo un Dios, todo un Creador, que decide hacerse niño, sufriente y vulnerable, por mí. Aceptando, además, que yo le pueda decir que no, que no le quiero. No sé qué hacer con ese amor tremendo. Dónde ponerlo. Cómo cogerlo, y por dónde, para que no se me rompa. Intento abrazarlo pero mis bracitos dan para muy poco. Intento asimilarlo con mi amor humano, responderle con mi pequeña vida, con mi pequeño corazón, pero se me quedan cortísimos...

Desde que era niña he sentido una fascinación especial por la Navidad pero, conforme fui creciendo, me desconcertaba más cada año. Intentaba entender su significado. Si se trataba de la familia, de los amigos, de los regalos, de una paz renovada en el alma. Pero lo cierto es que, hubiera o no familia, hubiera o no amigos, hubiera o no regalos, hubiera o no paz, la Navidad seguía ahí, pidiéndome que la viviese, llamando insistente a la puerta, trascendiendo a todas las luces, los belenes, las tradiciones y las circunstancias. Por encima de la alegría y de la tristeza, de la soledad y del cariño, estaba la Navidad, siempre, tirando de mi corazón no sé muy bien hacia dónde.

Cuando era pequeña, sin embargo, la disfrutaba inmensamente. Me encantaba salir con mis padres a pasear al sol, ir a visitar a los abuelos, recibir regalos y mimos, sentirme la niña más importante del mundo. Me sentía querida, me dejaba querer, y punto. No había preguntas. No había un "Vale, me quieres, pero ¿cómo? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? ¿Qué tengo que hacer yo para que me sigas queriendo?" Sabía que el amor de mis padres era mucho más grande que el que yo podía darles, y que era totalmente inmerecido, pero era capaz de aceptarlo y ser feliz por él.

Es el único regalo que le pido a Dios esta Navidad: que me ayude a aceptarle como una niña. Que no busque merecerle, porque nunca voy a llegar. Que pretenda entregarle lo que tengo, todo, pero no más. Que me enseñe a aceptar sus regalos sin desconfianzas, sin cuestiones que solo pueden empequeñecerlos.

4 comentarios:

  1. Sencillamente, precioso. Muchísimas gracias por tus palabras. Sin duda, tienes un don especial para escribir y transmitir la ternura de Dios.
    Espero que hayas tenido una estupenda Nochebuena.
    Feliz Navidad, ciberamiga!

    ResponderEliminar
  2. Gracias por compartir con nosotros.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A ti. Aún tengo un montón de canciones pendientes de subir, jejeje.

      Eliminar

 

y en tu camino seré el andar Copyright © 2011 - |- Template created by O Pregador - |- Powered by Blogger Templates