domingo, 23 de diciembre de 2012

0 Dios, el segundón

Hoy me lo han vuelto a recordar. Es un detalle que nos da una idea de la talla humana de María. Le dicen que está embarazada, soltera, del Mesías... lo que es un marrón en toda regla. Y también le dicen que su prima Isabel espera un niño. Así que se olvida del lío en el que se acaba de meter, se pone en segundo lugar, y se va a servir, a ayudar a su prima.

Sin embargo, momentos después de oír esto, Dios mismo baja a compartir mesa conmigo, y yo... ¡me pongo a pedirle cosas! Nada más bajar, ya le estaba esperando yo con la metralleta: quiero esto y lo otro y lo otro, ayúdame con esto y lo de más allá, esto no me gusta, dame, dame, dame, dame, dame. Algunos días debe darle una pereza enorme bajar, pobrecito mío, que no le dejo ni dar los buenos días. O le interrumpo para ponerme a pensar en lo que tengo que hacer ahora, en la compra, en la lavadora, en la comida para mañana.

Y me pregunto: si no soy capaz de ponerme en segundo lugar frente a Dios (¡frente a Dios, que se dice pronto!), si no soy capaz de acogerle, de escucharle un momento, ¿cómo voy a ponerme en segundo lugar frente a mis hermanos? ¿Frente a los que me ofenden, frente a los que me caen mal? ¿Frente a ese señor del bus que no parece conocer el concepto "ducharse"? ¿Frente a los que buscan hacerme daño?

Cuánto trabajo le queda al Señor conmigo...


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