1 La imagen que importa

Hace unos días leí una oración que, sin saber muy bien por qué, me impactó. Hablaba de las apariencias, de la imagen que ofrecemos a los demás y de la que buscamos ofrecer. La he estado releyendo durante varias noches. Anoche abrí al azar una revista que había comprado hace tiempo y apareció un artículo maravilloso sobre el mismo asunto. Y es curioso que los encontrara y que me llamaran la atención, porque no es algo que me preocupe, ni que me haya importado especialmente nunca. Pero ahí estaban.

Esta mañana, cristocoincidencias de la vida, una chica muy simpática me ha escrito para preguntarme sobre este tema. Amiga: no sé si te he ayudado. Soy muy torpe dando consejos. A veces tengo la impresión de estar hablando en otro idioma, porque no me hago entender. Así que prefiero dejarte estos dos textos, que espero que te sirvan:

Concédeme, Señor, que yo viva contento y te sirva con los dones que Tú has querido regalarme y que no ambicione lo que no me pertenece. 

Que no usurpe el puesto que no me corresponde y que no aparente ser más de lo que efectivamente soy. 

Porque Tú estás, Señor, sobre todos tus siervos y señalas a cada cual el puesto que debe ocupar en esta vida. Ofende a tus divinos ojos la soberbia, con que quiero elevarme sobre los demás y me inquieta a mí mismo con la mentira de mis maquinaciones. 

Tú sabes, Dios mío, lo que es y lo que vale cada uno y nosotros nos engañamos por la envidia, cuando juzgamos a los demás, y por el orgullo cuando nos juzgamos a nosotros mismos.

Las apariencias y los adornos postizos no bastan a dar consistencia a mi imagen interior. Muchas veces se descubre el engaño y aparezco ante los ojos de todos en la verdad de mi pobre ser. 

Y, aunque el engaño persista, no me hace feliz la conciencia de tanta mentira. Porque solo es feliz el que humildemente acepta lo que Tú has querido que sea. 

Jesús M. Granero, SJ, Oración evangélica.

Cada uno de nosotros se crea su propia imagen en la vida. Cada uno tiene una imagen de sí mismo. La imagen que le han ido dando los otros, la imagen que a veces le han ido dando las circunstancias, la imagen que uno mismo se crea. Y cuando realmente el entorno no respeta la imagen que nos hemos forjado, uno se siente incómodo. Se siente mal. Se habla de que "le han destruído la imagen". Y sufrimos, hay chillidos y aúlla nuestra sensibilidad. Da aullidos terribles nuestra sensibilidad por eso.

Uno sueña con ser maestro, otro con ser religioso, otro con ser médico, jardinero... Todos los hombres sueñan algo, todos sueñan con su imagen. Se van haciendo a la idea de que son esto o lo otro. El hombre se hace una idea de sí mismo. Ocurre que podemos tratar con veinte personas y ofrecer veinte imágenes distintas. Según se va tratando, se cambia la imagen para ese momento o situación, para esa oportunidad. 

Asi nos aseguramos algo. Cuando ponemos en juego ese mecanismo de cambiar la imagen según con la persona con la que tratamos, o según las circunstancias, en el fondo buscamos asegurarnos algo, un reconocimiento, una gratificación, lo que sea... 

La pregunta que nos podemos hacer es esta: ¿podemos vivir sin imágenes? ¿Nos atrevemos a relacionarnos sin imágenes? Os daréis cuenta de que en el silencio interior no caben imágenes. En ese vacío del silencio no hay lugar para las imágenes. Es nuestra verdad más profunda. El silencio interior está más allá de esas imágenes que uno se puede forjar, a las que uno se puede agarrar. 

En la vida no hay que ofrecer apariencias. Ofrecer imágenes es ofrecer apariencias. "Tomad y comed" no es una imagen, no es una apariencia. Es la vida no hay que ofrecer apariencia ninguna, sino ofrecer lo esencial, la verdad de la vida, el corazón. 

José Fernández Moratiel, El arte de morir.