domingo, 18 de noviembre de 2012

0 ... que sólo en Él encuentra sentido

El de hoy es uno de esos pasajes complicados, que no nos hablan de moral sino de los planes de Dios para nosotros, y que nos plantean más preguntas que otra cosa.

Me gusta mucho cómo lo ha resuelto Josefer, así que le vuelvo a tomar prestado su comentario.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (13,24-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

Palabra del Señor


Comentario, por José Fernando Escolapio:

Todo un desastre descrito con características universales. No es que no haya luz, es que el sol, las estrellas y todo lo que ilumina se cae. Serán días de gran angustia. Un verdadero caos, el retorno a la situación que el Génesis describe. Nada de diluvio, nada de purificación. Aquí aparece descrito algo peor que una guerra o que una guerra fratricida. El sufrimiento, el dolor, el padecimiento, la tensión se puede palpar cuando uno se mete en este escenario. Parece decir que algo así como que vuelve la nada y el sinsentido, la catástrofe más grande por la que pueda la humanidad pasar.

Cuando en ocasiones pensamos que Dios está con nosotros nos imaginamos un paraje idílico, que nada tiene que ver con lo anterior. Es más, nos parece lógico y normal que sea así. Una bendición absoluta, rodeado de maravillas sinfín e incontables, donde todo salga bien, siga su curso, rezume bondad. Y cuando las cosas se tuercen y endurecen, cuando van de mal en peor y se encrudece todo, nos cuesta mucho pensar que Dios sigue con nosotros. Porque como lo normal es equiparar lo bueno con Dios y lo malo con su ausencia, hemos caído en la trampa de perder de vista la relación y rodearla de adornos inútiles. A mi entender, hoy es lo que el Evangelio me sugiere. Que Dios, lejos de desaparecer cuando todo se viene abajo, reaparece con mayor intensidad y con mayor luminosidad. Dios nunca es indiferente, al modo como lo imaginamos, y mucho menos castigador cruel, pendenciero. Cuando las luces que distraían los corazones se apagan, Dios sale al encuentro para dejarse ver con nueva nitidez. No se ha ido, pero en estas circunstancias los hombres lo verán venir en su auxilio, por su salvación. Sería un signo, y sigue siéndolo para quienes han aprendido la lección adecuadamente, que en los momentos de mayor dolor busquemos un refugio más grande para nuestra necesidad, un consuelo que sólo puede venir de Dios, y una inteligencia de la realidad que sólo en Él encuentra sentido. Es un signo todavía hoy, en nuestra época. Así, cuanto más desconsolado me encuentro, por ejemplo, con mayor pasión me agarro a la oración sencilla que me conduce y guía. Con ella veo todo nuevo.


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