viernes, 28 de septiembre de 2012

0 Los tesoros del Vaticano

Solamente dos datos —pequeños, pero significativos e irrefutables— a propósito de las habladurías acerca de las habituales «riquezas de la Iglesia».

El presupuesto de la Santa Sede —es decir, de un Estado soberano con, entre otras cosas, una red de más de cien embajadas, «nunciaturas» y todos esos «ministerios» que son las congregaciones, además de los secretariados y un sinfín de oficinas—, ese presupuesto en 1989 era, pues, igual a menos de la mitad del presupuesto del Parlamento italiano. En resumen, tan sólo los diputados y senadores que acuden a los dos edificios romanos (en otro tiempo pontificios) de Montecitorio y Palazzo Madama cuestan al contribuyente más del doble de lo que cuesta el Vaticano a los ochocientos millones de católicos en todo el mundo.

Estos católicos ¿son muy generosos? No lo parece, dado que esos ochocientos millones de cristianos ofrecen cada año a su Iglesia donaciones inferiores a las que dan los dos millones de americanos miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Por no hablar de los Testigos de Jehová o de las demás sectas —la Iglesia de la Unificación de Sun Moon, por ejemplo—, las cuales disponen de capitales que mueven e invierten en todo el mundo y que ponen en ridículo las «riquezas» del Vaticano. Las únicas, sin embargo, de las que se habla con indignación.

(...)
Pues sí: intentemos vender —a beneficio, qué sé yo, de los pobres negritos— los tesoros del Vaticano. Empecemos, por ejemplo, con la Piedad de Miguel Ángel, que está en San Pedro. El precio de salida, según dice quien ha intentado aventurar una valoración, no podría ser inferior a los mil millones de dólares. Sólo un consorcio de bancos o multinacionales americanas o japonesas podría permitirse semejante adquisición. Como primera consecuencia, esa maravillosa obra de arte abandonaría Italia.

Y luego, esa obra que ahora se exhibe gratuitamente para disfrute de todo el mundo caería bajo el arbitrio de un propietario privado —sociedad o coleccionista multimillonario— que podría incluso decidir guardársela para sí, ocultando a la vista ajena tanta belleza. Belleza que, además, al dejar de dar gloria a Dios en San Pedro, daría gloria en algún búnker privado al poder de las finanzas, es decir, a lo que las Escrituras llaman «Mammona». Tal vez el mundo tendría un hospital más en el Tercer Mundo, pero ¿sería verdaderamente más rico y más humano?
Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia.

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