viernes, 7 de septiembre de 2012

0 Ciencia y religión en Galileo

Ciertamente fue un error mezclar la Biblia con la ciencia experimental que entonces estaba naciendo. Pero es demasiado fácil juzgar con conocimientos posteriores: ya hemos visto que los protestantes fueron aquí bastante menos lúcidos; mejor, bastante más intolerantes que los católicos. Seguro que en tierra luterana o calvinista Galileo no habría acabado su vida en la villa, y huésped de jerarcas eclesiásticos, sino en el patíbulo.

Desde la antigüedad clásica hasta esta época, la filosofía abarcaba todos los conocimientos humanos, incluidas las ciencias naturales: hoy en día es fácil distinguir, pero entonces la distinción empezaba a abrirse camino entre daños y errores.

Por otra parte, Galileo ya levantaba sospechas por haberse equivocado alguna vez (en el caso de los cometas, por ejemplo), y precisamente en el plano predilecto de lo experimental; no tenía pruebas a favor de Copérnico, y la única que aportaba era totalmente errónea. Un santo y sabio de la envergadura de Roberto Bellarmino —y junto con él, otra figura de gran talla, el cardenal Baronio—, se declaraba dispuesto a atribuir a la Escritura (cuya letra parecía más en sintonía con el sistema tolemaico) un sentido metafórico, por lo menos en las expresiones que las nuevas hipótesis astronómicas pondrían en entredicho; pero sólo cuando los copernicanos fuesen capaces de aportar pruebas científicas irrefutables. Y estas pruebas no llegaron hasta un siglo más tarde.

Un estudioso como Georges Bené piensa incluso que la decisión del Santo Oficio de retirar el libro de Galileo no sólo era legítima, sino también consecuente en el plano científico: «Como el rechazo de un artículo inexacto y sin pruebas por parte de la dirección de una moderna revista científica.» Por otra parte, el mismo Galileo mostró que, a pesar de algunas intuiciones correctas, él tampoco tenía muy clara la relación entre ciencia y fe. No es suya, sino del cardenal Baronio (como confirmación de la abertura de los ambientes eclesiásticos) la célebre fórmula: «El propósito del Espíritu Santo, al inspirar la Biblia, era enseñarnos cómo se va al Cielo, y no cómo va el cielo.»
Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia.

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