jueves, 2 de agosto de 2012

0 El mundo está lleno de personas buenas que no necesitan a Dios...

Excelente esta entrada de Infinito más uno, de la que me quedo con estos dos fragmentos:

En el lenguaje común, se llama “bueno” al que no es malo. Al que no roba, no mata, no miente, paga los impuestos, acata las normas de circulación, es educado, sonríe, trabaja con seriedad, es puntual, cede el asiento a los ancianos y embarazadas, tira la basura en las papeleras, respeta a los demás, sostiene argumentos éticos y morales, mima a los animales, da limosna a personas necesitadas, es higiénico… Según esos parámetros de bondad, el mundo está lleno de personas buenas que, además, tienen aspecto agradable. Sí, es cierto, muchos buenos son también guapos y exitosos y, por si eso no fuera suficiente, algunos además son creyentes y practicantes de la fe: van a misa, rezan, se casan por la Iglesia, bendicen la mesa y aplauden al Papa. Una pasada. Con ese perfil, muchos de nosotros -yo hasta hace poco- podemos considerarnos “buenos”. ¡Qué bien, pertenecer al inmenso club de los “buenos”, claramente mejores que los “malos”! Y la pregunta surge de nuevo: ¿Para qué incomodar a un bueno hablándole de Dios? ¿Lo necesita? Todo hace sospechar que no lo necesita para nada, tanto si lo conoce como si lo ignora. Se puede ser “bueno” sin Dios.
Los malos, por su parte, son fácilmente identificables: porque mienten, roban, violan, matan, discuten, gritan, oprimen, propagan ideas inmorales, son maleducados, sucios, traicioneros, egoístas, vanidosos…. ¡y se les nota! Porque los malos suelen ser también feos. Su peinado, su mirada, su modo de caminar, sus gestos, sus carcajadas… todo es feo. Uf… ¡qué suerte no ser “malo”, qué suerte ser de los “buenos” (y guapos)! “Ellos son malos, yo soy bueno”… puede concluir una “buena persona” que se compare con los malos, para tranquilizar su conciencia y caminar satisfecho por la vida, encontrando motivos para dar lecciones a los demás, a esos que sí necesitan a Dios o a cualquier otro argumento sólido que les zarandee, para reorientar su vida y dejar de amargar la existencia al resto.
Así puedes ir por la vida, de bueno, hasta que un día conoces a alguien que es santo… y todo cambia. Alguien cuya referencia y aspiración de bondad está en la bondad infinita de Dios, que excede completamente del nivel chato y superficial que separa el club de los buenos del club de los malos, alguien que deja a la altura del ridículo una nota de aprobado en bondad, porque aspira a matrícula de honor. Alguien que se propone amar sin condiciones, a todos, siempre. Como nos ama Dios, único de quien podemos decir con propiedad que es BUENO, LA BONDAD, EL BIEN. Por eso Dios ama a todos y se pone al servicio de todos, sin distinguir entre buenos y malos. Porque Él sí es bueno.
Te pones junto a un santo… luego miras tu propia vida… y entonces descubres que tú no eres “bueno”, sino solamente “decente” y, con cierta frecuencia, “malo”, realmente “malo”, horrible. Alguien que guarda las formas, que saca sobresaliente en el examen teórico y en el escaparate público, pero aprueba por los pelos el práctico y el examen en la intimidad. Descubres que eres bueno con límites, con condiciones, hasta que la cosa se ponga fea. Si te llevan a ese límite… se acabó tu bondad, ya lo has experimentado. Conoces tu maldad, no es un concepto imaginado sino vivido. En el roce con un santo encuentras que tu apariencia de “bondad” puede engañar a los demás, pero no a ti mismo ni a Dios. Sientes vergüenza por haberte considerado bueno. Y sientes envidia y deseo de ser como esa otra persona, santa, que contagia bondad como un perfume se expande por el aire, como una caricia en la piel. Al principio su bondad te parece inalcanzable, como si no fuera contigo, como si dependiera de la genética. “Tuvo suerte… y salió santo.” Aplaudes a los santos, pero no haces nada por serlo, porque ya es suficiente con lo que haces y porque piensas que tú no puedes ser santo, que ya es tarde para que lo seas. Demasiada basura en tu curriculum vitae. Además, aspirar a la santidad te complica la vida, porque se está muy a gusto nadando entre dos aguas. Admiras a los santos, les aplaudes… pero sigues conformándote con ese nivel de autoexigencia que te sitúa en el club de los “buenos y decentes” que nunca pasarán de ahí. El club de los que no son fríos ni calientes, el club de los tibios, que provocan el vómito de Dios, “amigo de publicanos y pecadores”, de cuya boca salieron palabras durísimas contra los que se consideraban “buenos” y daban lecciones a los demás.

(..)

Esa aspiración hermosa de santidad te hará descubrir a un Dios que tiene sano el corazón aunque muestra síntomas de locura mental, por su amor infinito. Te lleva a Jesucristo, un Crucificado que ama a sus torturadores e intercede por ellos. Te remite a un Ser Todopoderoso que se reduce voluntariamente a la condición limitada de un feto, de un niño, de un joven, para así ganar nuestro amor, sin imponerlo. Te presenta a un Creador que se deja atar y encerrar por sus criaturas. ¡Cómo es posible tanto amor! Encontrarás a la Inteligencia Suprema que se deja humillar, que mantiene la boca cerrada ante los argumentos soberbios de una inteligencia limitada que, como mucho, aspira al Premio Nobel. Aprenderás de la Omnipotencia Creadora que se torna fragilidad extrema, bajo la forma de pan y vino, para así alimentarnos por dentro. Sin imponerse nunca, sin obligarnos, esperando que seamos nosotros quienes tomemos la iniciativa de amarle y amarnos. Un Dios que nos suplica como un mendigo, que sólo espera de nosotros un gesto de amor… que rechazamos orgullosamente, a pesar de haber recibido de Él nuestro ser, célula a célula. Un Dios Autor, Creador, Dueño y Señor del mundo y de cada una de las vidas… que no se venga de sus criaturas cuando le desterramos, apropiándonos de lo que no nos pertenece: nuestra propia vida. Un Dios misericordioso, lento a la ira, conquistador insaciable y donante permanente de sí mismo… al que ni siquiera miramos, o al que dedicamos pequeñas parcelas de nuestro tiempo, de nuestro afecto, de nuestra vida, calculando dónde empieza la exageración en el amor y exigiéndole que resuelva nuestros problemas para no enfadarnos con Él. Un Dios que permite que su criatura le robe su gloria, sin que por ello reniegue de haberle creado.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 

y en tu camino seré el andar Copyright © 2011 - |- Template created by O Pregador - |- Powered by Blogger Templates