miércoles, 22 de mayo de 2013

7 Historia de una oveja

Me manda un amigo el enlace a estas palabras del papa Francisco:
"Los curas tendemos a clericalizar a los laicos. Y los laicos -no todos pero muchos- nos piden de rodillas que los clericalicemos porque es más cómodo ser monaguillo que protagonista de un camino laical. No tenemos que entrar en esa trampa, es una complicidad pecadora. (...) El laico es laico y tiene que vivir como laico con la fuerza del bautismo, (...) llevando su cruz cotidiana como la llevamos todos. Y la cruz del laico, no la del cura. La del cura que la lleve el cura que bastante hombro le dio Dios para eso".
Más cómodo no sé. Seguramente. Los seres humanos tendemos siempre a, digámoslo diplomáticamente, ahorrar energías, y en el campo espiritual no iba a ser menos. Pero no lo entiendo. Lo de los laicos "monaguillos perpetuos", quiero decir. Lo respeto: allá cada cual. Bastante me cuesta llevar mi propia vida como para meterme en la de los demás. Pero con la maravilla que es ser laico, pues no lo entiendo.

Ser laico te permite hacer cosas que un sacerdote o un religioso, por regla general, no puede hacer. Por ejemplo, te permite llevar a Dios a donde más falta hace: a las oficinas, a los despachos, a las discotecas, a los botellones, a los hospitales, los supermercados, los cuarteles, las cocinas de los restaurantes. Te permite pasar más tiempo, a veces, con las personas, o desarrollar con ellas un vínculo especialmente estrecho, como el matrimonio o la paternidad, que te permite comunicarles a Dios de una manera fortísima y que nadie más que tú posee.

Es una oportunidad para hacer cosas maravillosas. Las tareas de la casa, por ejemplo, son una ocasión estupenda para la meditación o la oración, para encontrarse con el Señor entre plato y olla e irle contando menudencias. O para rezar en el metro, tranquilamente y sin molestar, sabiendo que cada palabra es un guiño de amor a esa chica que se duerme de agotamiento, a ese abuelete que lleva a sus nietos de paseo. Para conocer necesidades a las que otros no llegan y poder brindar tu ayuda.

Ser laico te da la oportunidad de ser una oveja entre otras ovejas, de oler a oveja (usando la afortunada expresión del papa) como ningún pastor podrá oler jamás. Puedes acercarte a las ovejas más alejadas del rebaño, a las más heridas y asustadas, sin que huyan despavoridas. Y pensar que a veces las ovejas queremos oler a pastor... ¡Qué insensatez! Y, perdóname que te lo diga, pero ¡qué miedo damos cuando hacemos eso! 

Ser una vulgar oveja es lo mejor que me ha pasado en la vida. Me encantan mis lanas y mis patitas delgadas. Me encantan las demás ovejas. Las amo, y les hablo de mi querido Pastor, y les muestro la hermosura del rebaño, que algunas despistadas se están perdiendo, pobres. Me entusiasma hacer cosas de oveja, y agradezco al Señor que me haya llamado a hacer precisamente lo que más me gusta.

Pero hay algo más: es mi obligación y mi misión ser una buena oveja. Y ¿qué es una buena oveja? Pensemos en un pastor que se compra un rebaño. ¿Qué fruto espera de sus ovejas? ¡Pues leche y lana! Estaría un poco mal de la cabeza si quisiera que sus ovejas le diesen las cotizaciones de bolsa, y además, probablemente, el pastor no quiera las cotizaciones de bolsa para nada. Y, si las quiere, contratará a un bróker, no comprará una oveja. Si compra una oveja es porque espera lana de ella.

Lo mismo ocurre con nosotros. Si el Señor nos ha llamado a ser ovejas, es porque espera de nosotros frutos de oveja. Y si nosotros nos empeñamos en darle las cotizaciones de la bolsa porque nos parece que tiene más glamour, probablemente la respuesta sea una mirada de "qué voy a hacer contigo". Como mínimo.

Pero aún hay más, y es que si nosotros no somos buenas ovejas, estamos poniendo muy difícil a otros que sean buenos pastores. Seríamos como el perro del Alcoyano y, al final, nos perjudicaremos nosotros, y perjudicaremos a los demás. Un desastre.

Lo mejor de ser oveja, además, es que hay unos que también son ovejas, y otros que no. Y eso me permite establecer con cada uno de ellos una relación única y muy especial, enriquecedora y apasionante. El pastor cuida de la oveja, pero la oveja alimenta al pastor y le abriga. Compañera y amiga de las otras ovejas, alimento y abrigo del pastor. ¿No es maravilloso?

Ilustración: Mr. Potato


7 comentarios:

  1. Preciosa entrada ;)

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  2. Excelente reflexión. No lleva a pensar si estamos haciendo las cosas bien para Dios. Debemos auto-evaluarnos luego de leer este escrito. Dios te bendiga :)

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  3. Bonita reflexión. Eso sí... Ovejas sí, borregos no!

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  4. ¡Mil gracias por vuestros comentarios!

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  5. Querida Susana:

    verdaderamente me ha encantado todo lo que has escrito. Sobre todo por la fe que se respira entre líneas. Pero, a veces, es difícil mantenerse oveja en determinados ambientes. ¿No lo crees? Yo, por ejemplo, me siento frustrado cuando trato de llevar a Dios "a las discotecas, a los botellones..." ¿Cómo llevas tú a Dios allí? Y te confesaré: he ido mucho a esos sitios, pero cuando no tenía fe. He ido a esos sitios, pero avivando mi ego, mi soberbia... ya sabes, hacerte el guapete o el ligón, o el chulo o el gracioso, "triunfar" en la noche, vaya. Y, desde que tengo fe, no disfruto yendo a esos sitios. Sé que la gente necesita de Dios, pero -me entenderás- no voy a ir a una discoteca a hablarle a la gente de Dios. Entre otras cosas, porque las horas de una noche de fiesta con sagradas para esa gente.

    En fin, no sé si te transmito lo que pienso y mi inquietud, pero creo que tendrás algo que decirme y muy buenos consejos que darme.

    Un saludo muy cariñoso, me encanta lo que escribes. ¡Vivan las ovejas!

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