martes, 29 de enero de 2013

0 Cárnicas, S. A.

A veces uno se acostumbra a cosas a las que no debería acostumbrarse. Por ejemplo, a que algunas empresas acaben siendo una planta de procesado de seres humanos, donde se les invita a entrar y se les exprime cuidadosamente hasta que consiguen encontrar (años después) la salida. O a que otras empresas se relacionen entre sí en un baile de fingimientos, traiciones y movimientos poco claros, con el único objetivo de sacarse mutuamente hasta el último céntimo.

Existen empresas así , y es por eso que uno acoge con alegría (no exenta de prudencia) conferencias como esta de Antonio Argandoña, de la que me quedo, por quedarme solo con algo, con estos fragmentos (la negrita es mía):
Sin duda, la empresa está siendo un factor de transformación, un motor de cambio y mejora de la sociedad. Con dificultades, con retrocesos, con errores, como toda obra humana, pero con grandes posibilidades, que hemos de conocer y desarrollar. 

(...) Una empresa es una comunidad de personas con intereses, ilusiones, objetivos personales y motivaciones distintas, de las que se espera un milagro: el milagro de trabajar juntas, en un proyecto común, con un propósito común que interesa a todas ellas aunque, como hemos visto, por razones distintas. Y han de lograr ese objetivo común con eficacia, porque, como dice Agnelli, los resultados de la empresa han de ser los adecuados. Hoy y mañana, porque la empresa tiene vocación de continuidad: no eternidad porque, como toda obra humana, es transitoria; pero sí con deseo, con propósito, de autocontinuidad. 
(...) Se trata de “cambiar la realidad, obteniendo resultados”. Resultados externos, porque el mundo será distinto después de que haya pasado por él una empresa para cambiar la realidad. Y resultados internos: porque la empresa transformará también a las personas que colaboran en esa tarea común.
(...) La dimensión económica es imprescindible, porque la empresa es una institución económica, es decir, que se hace responsable de una gran parte de los recursos productivos del planeta para usarlos de manera eficiente en beneficio de todos.
Porque las personas aprendemos conocimientos, actitudes y valores en nuestras acciones y, sobre todo, en las interacciones que desarrollamos con los demás. Aprendemos a colaborar con ellos, a apreciarlos y respetarlos, o a ignorarlos y a hacerles daño. Aprendemos a servir a los clientes, o a actuar egoístamente frente a ellos. Hacemos nuestros los objetivos de la empresa, y aprendemos a confiar en ella, pero esto lo haremos solo si nos parece que, llegado el caso, serán capaces –los accionistas– de poner los legítimos intereses de los clientes, de los empleados y de la comunidad por delante de la cotización de sus acciones los accionistas, y de los bonus los directivos. Porque sin confianza no se crearán capacidades distintivas y no habrá una empresa con futuro. 

En palabras de John Mackey, fundador de Whole Foods: “Business is simple. Management’s job is to take care of employees. The employees’ job is to take care of the customers. Happy customers take care of the shareholders. It’s a virtuous circle”. Organizar, coordinar, motivar, hacer participar a todos forman parte de la tarea del directivo. 

Las empresas tienen una responsabilidad en la renovación ética de la sociedad –en definitiva, esa responsabilidad recae sobre todos nosotros, porque nadie está dispensado de hacer fructificar sus talentos–. 
Se me cae la baba. Qué más puedo decir.


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