4 Carita de muñeca

Imagínate el cuadro: Un pueblo de aire medieval de la sierra de Madrid. Es de noche. Sales de la iglesia a un callejón bastante mal iluminado y muy poco transitado (solo por los que van a misa entre semana: muy poco transitado). En ese momento se te acerca un señor menudo, vestido de caballero medieval, que te ofrece algo.

Lo primero que piensas es "no me vuelvo a comer un yogur caducado".

Luego ya te acuerdas de que este señor es un heraldo de no sé cuántos, que ha estado con nosotros en la misa, y coges lo que te ofrece, esperando que no sean yogures.

Lo que ofrecía era un calendario 2013, de los de pared, con imágenes de una Virgen (siempre la misma) y distinto fondo cada mes.

Lo tengo puesto en la cocina, porque da tanta grima que cada vez que lo veo se me quita el hambre.

Tiene cara de muñeca Nancy, la Virgen. O de Barriguitas, aún no me he decidido. En todo caso, una cara de pánfila,  de eterna niña boba rayana en la estulticia, en la que no puedo reconocer a María, a la madre de Dios.

María es una luchadora. Pura: sí. Libre de pecado: sí. Con una fe a prueba de catástrofes: también. Pero la falta de pecado no te hace lelo. Al contrario: puede que fuese la pureza de María, la ausencia de mancha, de confusión, lo que la ayudase a comprender sin comprender, a tener certeza donde los demás perdían la confianza y entereza donde otros se desesperaban.

María no fue una medrosa florecilla de interior, sino una mujer muy fuerte. Aceptó quedarse embarazada en circunstancias difícilmente explicables, viviendo en una aldea, estando solamente comprometida (no casada), y cuando ella ¡ni siquiera tenía pensado tener hijos! Pero dijo que sí, y lo que venga, que venga. ¿Lo que vayan a pensar mis padres? Ya se verá. ¿Lo que vaya a pensar mi novio? Pues se verá. Pero esto es lo que yo quiero hacer, y allá que voy.

Y ¿qué es lo primero que hace cuando sabe que está embarazada? ¿Se queda en casa a pensar en el marrón que le ha caído? Pues no. Se arremanga y se va, ella sola, al pueblo de su prima, a ayudarla con lo suyo. Primero vamos a hacer lo que tenemos que hacer, que de asustarnos siempre habrá tiempo.

Otra escena: María va a presentar a su Hijo en el templo. Se le acerca un hombre que le profetiza que va a sufrir lo indecible. Y ella ¿se esconde detrás de José? ¿Monta un drama? No. Nos lo hubieran contado. Siguió adelante. De todas formas, seguramente (y esto ya es una opinión mía) tampoco le estaban contando nada que no sospechara ya. No ya por su limpieza de corazón, ni por ser la madre de Dios, sino simplemente por ser madre.

¿Y en las bodas de Caná? Ella sabe quién es Jesús mejor que nadie. Tal vez, mejor que él mismo. Pero se le acerca para decirle "No tienen vino". No es la actitud de quien se queda a observar, en segundo plano. No es una pregunta. Es una afirmación de madre (de hecho, siempre he pensado que después del "No tienen vino" tuvo que ir un "y no te lo digo dos veces" que no nos han querido contar).

Pero el momento que más me admira de María es el de ella a los pies de la cruz. Observando cómo su hijo muere torturado, entre dolor y angustia, puede que pudiendo apenas respirar, desangrándose ante sus ojos. El hijo de sus entrañas. Su hijo amado. Pero allí está ella. Casi todos los amigos de su Jesús han salido por patas, muertos de miedo, pero ella no. Se queda sola en el mundo, pero no llora ni se derrumba: le consuela. En mitad del peor momento que puede sufrir una madre, María tiene la fortaleza y la generosidad de mantenerse serena para consolar a su Hijo.

A una mujer así, pues no la veo con cara de Barbie mirando un acuario. Es que no.