martes, 11 de septiembre de 2012

0 Los sacerdotes no salvarán al mundo

No hay para mí nada mayor en este mundo, ni alegría más grande, que aproximar, acercar y servir en el encuentro de la humanidad con Cristo, el Señor, que salva, que es el Reino, que es la Justicia, que es la Paz, que es la respuesta última a las preguntas radicales del hombre. Acojo con libertad de espíritu, también con dolor y sufrimiento, las críticas que quieren una iglesia santa y cerca del Señor, servidora de la humanidad y del Reino. También las comparto, me las apropio. Tienen razón quienes afirman que no somos perfectos, aunque quisiéramos serlo; que no hacemos todo bien, aunque lo desesamos; que no alcanzaremos todo, sin pasar por dejarlo todo menos a Dios, lo único necesario. Lo sé, lo saben. Es vox populi. Ahora bien. Lo que algunos desconocen es el Misterio que inunda y penetra la Iglesia, el Misterio que le da vida y consistencia, que la estructura por dentro, que permite a la Iglesia escuchar y amar, hacerse humilde. Lo que algunos desconocen es que la Iglesia está primeramente al servicio de Dios, y que el mismo Señor la quiere y se sirve de ella, y que Él se hace presente muy especialmente en ella entregándose a sí mismo. Esta es una diferencia grande, muy importante, que algunos con sus palabras desconocen. Pero que yo celebro, en la debilidad e imperfección, y comparto mi alegría con otros.

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