Si me preguntas si se puede llegar a Dios por la razón, te diré que sí. Pero, en mi opinión, tratar de ver a Dios con la razón es como tratar de deducir la existencia de una montaña analizando la forma en que se desvían y rebotan las ondas sonoras cuando llegan a ella. Es una manera larga, tortuosa, y es posible que nunca llegues a estar seguro del todo. Sin embargo, si abres los ojos y miras, verás allí la montaña, sólida y cierta, esperando tu mirada para desplegar toda su belleza.
Dios es tan evidente y tan ineludible cuando se mira en la dirección adecuada, que es imposible no verlo. Dios asoma con toda su fuerza, por ejemplo, a los ojos de las monjas de clausura, acostumbrados a mirarle. En los ojos de esas mujeres, que no tienen nada en este mundo salvo la oración, hay una luz que impresiona.
"No busques a Dios en las alturas", me dijo un día alguien muy querido, "sino en el amor de la gente que te rodea". En el corazón de los amigos, en la sonrisa del ser amado. Entonces verás a Dios, ahí, a tu lado, esperándote y queriéndote desde siempre y mirándote con cara de "Pues claro que estoy aquí. ¿Dónde iba a estar, si no?"
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